martes, 21 de marzo de 2017

TERCERA SEMANA DE CUARESMA

Esta semana toca visitar un lugar de oración. No se trata de un monumento cualquiera sino de un edificio religiosos donde los creyentes se reúnen a rezar. Jesús va al Templo. Espera poder rezar allí, pero… ¿Habéis oído lo que se encontró y lo que hizo?

¡Escuchémoslo!


Evangelio: Juan 2,13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora.” Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Reflexión
No deja de sorprendernos ver a Jesús enfadado, sacando a los mercaderes del Templo a latigazos. Tenía que defender algo sagrado: la casa de su Padre. Es lógico que se enfade por una situación como esa. 

¿Qué haríamos nosotros si entrásemos en la casa de nuestros padres y aquello se hubiera convertido en un mercado persa? 

Y tú…

Nosotros, como cristianos, deberíamos salir en defensa de todos esos hermanos
nuestros que sufren, pues ahí está también Cristo sufriendo.
¿Qué está en mis manos?

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