miércoles, 13 de enero de 2016

Evangelio Domingo 17 de Enero - para profundizar 2

2 Tiempo Ordinario - Ciclo C
Bodas de Caná

No es fácil explicar el evangelio de hoy en el colegio y en la catequesis. Si nos quedamos en una lectura literal, como si leyéramos un libro de Historia, los niños sacarán la conclusión de que fue guay. Y se quedarán
indiferentes. Ocurrió una vez y no ha vuelto a suceder en xx siglos. 

Vamos a acercarnos al evangelio de este domingo desde dos perspectivas complementarias; dependiendo de la edad y de la preparación de cada grupo, además de los datos sobre las bodas judías podremos ir señalando el mensaje del evangelio de san Juan, cuando quitamos el “envoltorio”.
Llamamos envoltorio a las costumbres de la época, vamos a tenerlas en cuenta como si asistiésemos a la boda y observáramos atentamente lo que ocurre.
Llegamos al mensaje a través de la teología que utiliza san Juan en todo su evangelio. Esta perspectiva nos ayudará a comprender que este texto es más teológico que histórico.


En este evangelio se nos presentan siete signos (traducidos como milagros, eso nos puede despistar) entre los capítulos 2,1 y 12,50, que forman un bloque llamado “Libro de los signos”. Los siete signos reenvían a la idea de una nueva creación. Juan nos avisa de que se está produciendo algo nuevo y esa novedad es mucho más importante que el supuesto milagro.
En el evangelio de Juan cada uno de los signos va acompañado de una explicación teológica para que comprendamos mejor su sentido y no nos quedemos en las apariencias.

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Caná era una aldea de Galilea, el evangelio de Juan la nombra varias veces; por ejemplo, después de expulsar a los mercaderes del templo y del encuentro con la samaritana, Jesús volvió a Caná (4, 46-53). Natanael era de allí (21, 2).
La boda era uno de los acontecimientos más importantes de Israel. Era una ocasión para hacer alianzas entre familias. A menudo se casaban entre primos hermanos o el tío con su sobrina; así la herencia no salía de la familia.
Muchas veces se concertaba la boda a través de arduas negociaciones, por lo que su celebración era como el broche final de un proceso difícil.
A veces los padres de familia comprometían a sus hijos cuando todavía eran niños y esperaban a que los chicos tuviesen 13 años y las chicas 12 para celebrar el matrimonio. En buena parte el sentido de la vida de los adolescentes consistía en casarse y tener hijos. Así engrandecían el pueblo y experimentaban la bendición de Dios.
Tenían tanta importancia social y religiosa las bodas que no existía un término equivalente a celibato.
La celebración podía durar una semana. Se reunían las familias (en un sentido muy amplio) y las amistades. Los invitados solían aportar víveres para contribuir a los gastos que suponían el poder comer y beber en abundancia durante días. Cuando había una boda se suspendían los ayunos religiosos habituales.
María está invitada, pero se le nombra como “madre de Jesús”. Esa era la costumbre: silenciar el nombre propio de las mujeres y hacer alusión a un hombre que sirviera de referencia: eran madres de…, o hijas de…, o esposas de…
No se nombra a José. Cuando el padre de familia moría solía ocupar su puesto en los actos de la vida pública el hijo varón primogénito. ¿Habría muerto?
Desde la perspectiva teológica la presencia de Jesús, María y los discípulos son símbolo de la comunidad cristiana. Es decir, Juan nos anuncia un signo en medio de la comunidad, en un contexto de celebración, de fiesta. María ya no es sólo la madre de Jesús, tiene otra consideración, se ha convertido en prototipo.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: «No les queda vino.»
El vino tenía mucha más importancia que la que tiene ahora, porque actualmente encontramos una amplia oferta de otras bebidas alcohólicas, de zumos y refrescos. En tiempos de Jesús, en algunos meses del año, no era fácil encontrar agua potable y abundante en los manantiales, por lo que el vino era imprescindible como bebida habitual.

En los viajes se solía llevar un cuerno de un animal, vaciado como si fuera una cantimplora, y lleno de vino (pensemos en el texto del buen samaritano). Salvo que la pobreza lo impidiera, cada familia intentaba tener en casa alguna cántara de vino para su propio consumo. 

Era impensable que en una boda en la que había mayordomo y sirvientes se acabara el vino, ni por la falta de previsión ni por tacañería. Había familias que se endeudaban para celebrarla por encima de sus posibilidades; era un honor “tirar la casa por la ventana” en estas fiestas. Las bodas eran una de las pocas ocasiones que tenía la gente sencilla de comer y beber en abundancia. Se recordaban y se hablaba de ellas.
Si se había acabado el vino ¿se podía conseguir inmediatamente, en abundancia, en una aldea? ¿Una mujer invitada a la boda es la que se tuvo que encargar de solucionar el problema? ¿Ella se dirigió a los sirvientes? De acuerdo con las costumbres de la época este texto hace aguas. 

En la perspectiva teológica el vino era uno de los signos que mostraban la llegada del tiempo mesiánico, tras unos siete siglos de espera. ¡Eso sí que era motivo de fiesta y celebración! El vino expresa la vida de Jesús, compartida y entregada (su sangre).
Jesús le contestó: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.»
Juan nos presenta de nuevo el término “mujer” en boca de Jesús, cuando está en la cruz y le dice a María: “Mujer, he ahí a tu hijo” (19, 26). Nos está dando pistas muy claras que nos conducen a una interpretación teológica del texto.
Para Juan “la hora” no se refiere al tiempo cronológico, sino a la hora de Dios, al momento apropiado (se utiliza el término kairós). Ni siquiera su madre puede marcar a Jesús esa hora en la que tendrá que entregar su vida plenamente. 

Hay una imagen actual que puede ayudarnos a explicar el dinamismo de esa “hora de Dios” en clase o en catequesis: los surfistas. Si saben mirar con atención las olas y ven que se acerca una grande y apropiada se suben en ella y aprovechan su impulso, su fuerza para llegar muy lejos, casi sin esfuerzo. Sería absurdo querer surfear en dirección contraria de la ola o intentar llegar lejos cuando el mar está en calma. 

¿Cómo buscamos los signos que nos ayudan a captar “la hora de Dios” en nuestra vida?
¿Cómo aprovechamos la “ola” de la voluntad de Dios para llegar a vivir experiencias y compromisos que serían imposibles con nuestras propias fuerzas?
Su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él diga.»
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Las tinajas para guardar el agua solían ser de barro (como nuestros botijos), pero el barro podía guardar impurezas, por eso había también grandes tinajas de piedra que se consideraban más puras y apropiadas para conservar un agua que era imprescindible en las ceremonias de purificación. 

¿Quién vivía en una casa en la que había tinajas con capacidad para 600 litros de agua para purificarse? No deja de ser curioso este dato. La boda se celebra en un lugar en el que se da mucha importancia a la purificación ritual, y tienen tinajas de piedra, muy caras, que cumplen estrictamente con las normas religiosas. 

En la teología del evangelio de Juan ya no tiene sentido el agua para purificarse porque la presencia de Jesús (resucitado) implicaba fiesta, banquete, un vino nuevo y bueno. El agua de las purificaciones se había transformado en un vino nuevo que alegraba a las familias y a los pueblos.
Pero era preciso probarlo, saborearlo. Muchos hombres y mujeres místicos describen la experiencia de bajar a lo más profundo de su ser como la bajada y estancia en una bodega en la que saborean un vino añejo y experimentan una comunión profunda con el Dios que les habita. Leer el evangelio de hoy con esta clave puede transformar nuestra vida.

Jesús les dijo: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó: «Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.» 
Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.»
En la casa había mayordomo y sirvientes, era una familia rica. Si fuera un hecho histórico, si se tratara de la narración de un suceso, no tendría sentido que fuera el novio el que hubiera guardado el vino bueno para el final y el mayordomo no lo supiera.

Además, Juan nos habría contado el alboroto que tendría que haberse producido con el cambio y cómo los invitados a la boda habrían caído rendidos a los pies de quien había hecho un milagro tan grande. También tendríamos testimonios extra bíblicos, porque 600 litros de agua convertida en vino dan mucho que hablar, sin embargo ni siquiera los otros tres evangelistas nombran la boda de Caná. 

En muchos otros textos del evangelio de Juan se nos ofrece esta misma perspectiva. Ya no hay que ir al pozo a buscar el agua (diálogo con la samaritana); ya no hay que llenar tinajas para la purificación, porque en nuestras propias entrañas hay un río de agua viva que conduce a la vida eterna.

“El que beba del agua que yo le daré no tendrá más sed, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en fuente que brote para la vida eterna” (Juan 4, 14) “El que tenga sed que venga a mí y beba…” (4, 37)
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.
Si nos hemos quedado con el cambio del agua en vino, como clave de este evangelio, creo que no lo hemos entendido. Es como si hubiéramos presenciado un espectáculo de magia y saliéramos comentándolo con otros asistentes. 

Este renglón final, este versículo 11, es el que nos da la clave del evangelio de hoy, el que se nos ofrece como Buena Noticia:
• Jesús comenzó sus signos.
• Manifestó su gloria.
• Creció la fe de los discípulos en él.
Si quitamos el envoltorio de las costumbres, este texto nos enseña a vivir el discipulado. La teología de Juan es mucho más profunda que lo que sugieren unos hechos extraordinarios en una boda.
Marifé Ramos (Juglares del Evangelio)

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