viernes, 1 de mayo de 2015

Evangelio Domingo 3 de Mayo - Para profundizar

5º Domingo de Pascua – Ciclo B



El evangelio de este domingo tiene la misma clave que el del anterior: un hecho  sencillo de la vida cotidiana se convierte en una alegoría para enseñarnos  a ser discípulos. La meta no es que nuestros alumnos y nosotros  aprendamos  algo nuevo sobre el pastoreo (domingo pasado) ni sobre la poda de una vid, sino que
estos dos evangelios tan sencillos “toquen nuestra vida” y podamos ir teniendo gestos de conversión claros y concretos.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
En Israel era tan habitual ver rebaños como ver grandes extensiones de viñedos. El vino era imprescindible en su vida social porque estaba presente en todas sus celebraciones (recordemos las bodas de Caná) y era la bebida habitual, sobre todo cuando los manantiales estaban secos o sucios. En los viajes se llevaba vino en un cuerno de toro, vaciado en su interior,  que servía de botella; se empleaba también  para desinfectar las heridas, como nos recuerda la parábola del buen samaritano.
Por todo ello cuidar una vid era un arte. Y era algo significativo en tiempos de Jesús. ¿Lo entienden así nuestros niños y niñas? ¿Y nosotros? Si no profundizamos en el contenido del ejemplo no podremos sacar la sabiduría que ofrece la alegoría.

Cuando se poda una vid parece mentira que pueda dar más fruto que antes de podarla. Se deja el tronco, con apenas tres ramas y algún nudo. La vid se queda como desnuda, en su mínima expresión y sólo la fuerza de la savia producirá la irrupción de la vida a través de los racimos. La savia ya no se perderá en hojas muertas ni en tallos inútiles,despertará nueva vida porque no encontrará obstáculos.  
Pero cuando la vida “nos poda” ¿recordamos que puede ser una etapa de pérdidas y despojamiento y vendrán frutos nuevos y abundantes? En esas etapas duras, que todos los adultos hemos experimentado una y otra vez ¿leemos las pérdidas a la luz de la fe, como nos enseña el evangelio de hoy?
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado.
Quedará más clara esta frase si traducimos: vosotros ya estáis podados a través de la Buena Noticia que habéis recibido. Todo el Evangelio nos poda, en el sentido de llevarnos a lo fundamental y quitarnos “malas hierbas”, “cizaña” y “sarmientos” que entorpecen o impiden nuestro crecimiento como discípulos. Si ponemos nombres concretos a toda esa vegetación que nos sobra, el evangelio de hoy nos ayudará mucho a crecer.
Pero para san Juan hay algo más importante: la Palabra se ha hecho carne. Jesús es la Palabra y la relación con Él nos va podando diariamente. Es una relación en la que Jesús nos comunica “su savia vital” y nos va despertando Vida, para que podamos ser portadores y despertadores   de Vida a nuestro alrededor; de la suya, no de la nuestra, que está llena de pobrezas.
Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
El verbo permanecer tiene un significado muy profundo. No se trata de quedarnos quietos, inmóviles; en Israel se utilizaba para indicar que una persona se quedaba como huésped en una casa, o que una relación de amistad se iba estrechando y era duradera. Es como si hoy dijéramos: “desde hace tantos años hemos permanecido siendo amigos…”
Permanecer es estrechar la relación con Jesús cada día, es sentir que habitamos en su casa, desde que nos llamó a la vida hasta que entremos en la Vida. Pero si cortamos esa relación, si nos enredamos en las zarzas de los  valles tenebrosos,  como la oveja perdida, no podemos recibir su savia y los frutos no estarán llenos de la vida extraordinaria que nos comunica; esa vida que  ha hecho que el cristianismo esté lleno de miles y miles de santos y santas.
El Antiguo Testamento tiene ejemplos muy claros sobre lo que supone vivir sin la savia que recibimos de Dios. Por ejemplo, el profeta Isaías nos recuerda que el pueblo es como la viña elegida y cuidada por Dios, pero le ha dado la espalda y corre tras otros dioses para adorarlos. ¿Qué más puede hacer Dios por su pueblo? El profeta nos lo dice a través de la Canción de la viña:
“Mi amigo tenía una viña en una ladera fértil.  La había cercado, le quitó las piedras  y plantó buenas cepas; había edificado en medio de ella una torre, y en ella hizo  un lagar. Y espero  a que diese uvas, pero dio uvas silvestres.  Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mi viña y yo.
Qué más  podía hacer por mi viña, que yo no haya hecho en ella?  Yo esperaba que me diese uvas ¿por qué me ha dado uvas silvestres? 
Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su valla, y será quemada; le quitaré la cerca, y será pisoteada. Haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán las zarzas y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella”. (Isaías 5, 1-6)
Más tarde el profeta predicó un mensaje de esperanza: el Señor será de nuevo el guardián de su viña, volverá a regarla y la guardará día y noche (Isaías 27, 2-4)
Esto mismo experimentamos en nuestra vida. Podemos haber estados unidos a la vid un tiempo y haber sido sarmientos secos en otras ocasiones;  es posible ser  injertados de nuevo para recuperar la vida y dar fruto. ¡Hay tantos ejemplos en la historia de la Iglesia y en nuestra propia historia vital! ¡Es tan importante que este mensaje esperanzador se transmita a los más jóvenes, para que les quede siempre abierta la posibilidad de recuperar la savia, tras haber tenido experiencias en las que se han desgajado de la relación con Dios!
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»
Una lectura superficial de este párrafo nos puede dar la impresión de que se nos pone en las manos una varita mágica para pedir lo que deseamos. Si estamos recibiendo la savia de Dios es evidente que nuestros deseos y peticiones se transforman, porque el buen Dios nos dilata el corazón y nos hace justos, misericordiosos, compasivos… 
La savia que recibimos nos empapa de los valores del Reino de Dios a raudales y eso nos hace pedir lo que necesita el Reino: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, visitar a los enfermos… y dar gratuitamente la Vida que hemos recibido.
Marifé Ramos (Juglares del Evangelio)

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