viernes, 20 de marzo de 2015

Evangelio Domingo 22 de Marzo - Para profundizar

5º DOMINGO DE CUARESMA - Ciclo B

Dibujo: Fano

Juan 12, 20-33

El evangelista sitúa este texto inmediatamente después de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, reflejando el ritual que se utilizaba para recibir a los reyes y a los vencedores. En el texto del evangelio de hoy, Juan quiere mostrarnos algo mucho más profundo: los discípulos de Jesús tenemos que demostrar nuestro discipulado acompañándole en la pasión, dando la vida en el sufrimiento de cada día; ese camino junto a Jesús nos lleva con Él a la glorificación.  
No era fácil que
lo entendieran los judíos, mucho menos los griegos, pero ¿lo entendemos hoy? Al menos ¿intentamos acercarnos al “misterio” de morir un poco, día tras día, como el grano de trigo, para dar vida?
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Es poco probable que Juan nos intente relatar un hecho histórico ocurrido en tiempos de Jesús. Ninguno de los tres evangelios sinópticos dice nada sobre el hecho de que los griegos se acercaran a Jesús o lo buscaran. Muchos años después de la muerte de Jesús, cuando Juan escribió su evangelio, es cuando el cristianismo se estaba extendiendo por Grecia.

En cualquier caso nos quedamos con la actitud: hay gente que está buscando a Jesús, que quiere acercarse a él y buscan un medio para llegar a su lado (hoy diríamos buscan un enchufe para conseguir estar cerca de Jesús).
Curiosamente fueron Andrés (hermano de Pedro) y Felipe quienes sirvieron de cauce para este acercamiento. En realidad ellos sí se dedicaron a evangelizar el mundo griego. Por tanto no es casualidad que el evangelio de Juan los cite a ellos y no a otros apóstoles. Juan se refiere también a Felipe y Andrés en el texto de la multiplicación de los panes (Juan 6, 1-15)
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.
Los agricultores constataban cada año cómo los granos de trigo que habían sembrado se  transformaban en hermosas espigas. Era un ejemplo significativo para ellos. En otros textos de la Escritura se alude a esta “muerte” de todo lo que se sembraba, por ejemplo la parábola del sembrador (Marcos 4, 3-8.26-27) o este texto sobre la resurrección:
“¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo? ¡Necio! Lo que tú siembras no germina si no muere. Y lo que siembras, no es el cuerpo que ha de nacer, sino un sencillo grano de trigo o de alguna otra semilla…” (1ª Corintios 16, 36-37)
El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna.
¡Qué lecturas tan contradictorias se han hecho de este texto! Jesús utilizó muchas veces frases que hacían pensar, que rompían esquemas de su tiempo. Pero esta frase merecería un estudio exegético ella sola.
¿Podemos amar sin amarnos a nosotros mismos? ¿Podemos tener equilibrio psicológico aborreciéndonos? ¿A dónde nos conduce la interpretación literal de esta frase, si no tenemos en cuenta las aportaciones de la historia de la psicología y de la espiritualidad?
Es arriesgado intentar traducirla con las claves de hoy, pero vamos a intentarlo: El que se nutre del amor propio acaba destruyéndose, y quien no alimenta su ego, sino que toma distancia y no se deja enredar en él, se abre a la vida eterna.  
El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.
En otros textos semejantes Juan alude a esa sintonía de los discípulos con el maestro. Este mensaje era necesario oírlo una y otra vez en las primeras comunidades, cuando las persecuciones a las que estaban siendo sometidos ponía a prueba su fe. Merecía la pena soportar el sufrimiento, porque la unión profunda con Jesús en la cruz, supone quedar unidos también en la gloria.
En la mentalidad judía de tiempos de Jesús y en los años posteriores era inconcebible que alguien que hubiera muerto en la cruz pudiera ser exaltado, elevado a la gloria. Juan explica el escándalo de la cruz mostrando el horizonte de la gloria.
“Recordad lo que os dije: El siervo no es más que su señor. Si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros…” (Juan 15, 20)
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.» Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.» Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
El texto recuerda bastante la escena del Tabor, pero esta vez quienes rodean a Jesús son los que están invitados a experimentar la glorificación.
Habitualmente en los juicios tenía mucha importancia la persona que formulaba las acusaciones. El evangelio de hoy ofrece una clave teológica muy importante para las primeras comunidades: el acusador (el príncipe del mal) va a ser expulsado; ya no hay lugar para que los primeros cristianos se sientan acusados, sólo hay lugar para la misericordia. Como veíamos en el evangelio del domingo pasado ahora se trata de acoger la luz que nos permite ver esa diferencia, y vivir en consecuencia.

Marifé Ramos - Juglares del Evangelio

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